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Posts Tagged ‘Agujeros de gusano’

¿No es curioso que el tablero informático del parlamento catalán que acaba de vetar las corridas se parezca a un toro?

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Adolescencia es esa época de la vida en la que los chavales, haciendo un alarde de tenacidad y aun a riesgo de sufrir grandes conflictos, ayudan a sus padres a desengancharse de la arraigada costumbre de dar órdenes.

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Curiosos los humanos. Antes de aprender a leer, sus niños pasan por una etapa en que son capaces de leer las letras, pero son incapaces de unirlas y formar palabras. En su actual estadio de evolución, a los adultos les pasa lo mismo: son capaces de leer las frases, pero aún no son capaces de unirlas y formar krupas. Es más, ni siquiera saben que existen los krupas.

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Nada más nacer la mujer tiene ya entre setecientos mil y dos millones de ovocitos. El hombre no generará su primer espermatozoide hasta la pubertad. ¿Son las retrasos en las citas una revancha del subconsciente femenino por esos catorce años de espera?

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Es una necesidad esencial recibir de vez en cuando una palmada en el hombro por lo bien que haces tu trabajo. El hecho de que nadie haya dicho jamás: “Qué bien has limpiado el retrete, cariño”, explica el porqué de la brillantez culinaria de toda una generación de madres.

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A ti, que no ves con buenos ojos a esos que vienen de otros países buscando un lugar donde poder sacar adelante sus precarias vidas, te recuerdo que una vez viajaste durante tres días desde la trompa de falopio a la cavidad uterina empujado por los mismos motivos.

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Los libros son paisajes y los ojos pies que los recorren andando de letra en letra. A mucha gente no le gusta caminar, igual que a mucha gente no le gusta leer. En ambos casos ven esfuerzo sin recompensa. Por eso la gente que apenas anda o apenas lee, cuando anda elige rutas sin cuestas y cuando lee elige libros sin cuestas. Y así hay libros bestseller y caminos bestwalker. Cuando las piernas y los ojos están entrenados, las distancias y las cuestas no son un sacrificio y la vista que se disfruta al llegar allá lejos y allá arriba es espectacular. A mis hijas, cuando les da pereza empezar una caminata o un libro, las motivo diciéndoles que en algunos sitios del camino les espera algo especial. Ya llegará el día en que anden por el placer de leer y lean por el placer de andar.

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El pasado es presente en estado de descomposición. Lo que convierte nuestros recuerdos en residuos y a nuestra cabeza en un vertedero. Hay recuerdos orgánicos y biodegradables; se eliminan con facilidad (¿Qué fue lo que comiste ayer?), otros se descomponen dulce y perezosamente, como aquel momento especial de la infancia. Con los recuerdos orgánicos se hace un buen compost que abona y fertiliza la mente. El lío viene con los recuerdos inorgánicos, los que se oxidan: los recuerdos plástico, metal o vidrio, por no hablar de los recuerdos aceite usado que lo ponen todo perdido y hacen que veas la vida de color turbio. Una lavadora abandonada en una de las calles de nuestro cerebro contamina y entorpece de una manera espantosa. Cada vez que te topas con ella haces que no la ves y pasas de largo, pero está ahí. En tal caso se recomienda acudir a un asesor de reciclaje (puedes llamarlo psicólogo), te ayudará a deshacerte de ella. Todos tenemos una factoría de reciclaje en la cabeza. Da miedo pensar que un día pueda entrar en colapso, hipertrofiarse y devorarlo todo, pero todo todo, incluido aquel momento especial de la infancia que se descomponía con feliz parsimonia.

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Un vagón de metro es un paradigma de organización territorial. Dentro de él existe una jerarquía de espacios. El espacio más codiciado, el primero en ocuparse, son los asientos exteriores. Luego le toca el turno a los asientos interiores. Le siguen en el escalafón los huecos de las puertas que no se abren y las paredes. A partir de ahí está el centro del vagón, concurrida e inhóspita cañada real. Esta jerarquía de espacios se basa en un principio: la comodidad. Cada elección de lugar está condicionado por este principio y hay gente que se entrega a él con verdadero ahínco. A veces, sin embargo, un ocupante del primer espacio cede su sitio a uno del último. Cuando sucede, y estoy presente, ese que renuncia a su lugar preferente se gana un hueco en mi corazoncito y de esta manera asciende, sin saberlo, a un espacio invisible y claramente superior al resto.

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Los entes más complejos en la escala evolutiva son las sombras, que no son simples proyecciones de nosotros y de las cosas sino justamente al revés: nosotros somos las figuras en tres dimensiones que arrojan las sombras. Infinitamente más inteligentes que nosotros, viven en un plano espiritual rotundamente superior. Cada movimiento que hago responde a una acción decidida previamente por la sombra, cada pensamiento es un pálido reflejo de su mente. Todos los días, decenas de sombras deciden disgregarse y decenas de jarrones caen y se rompen en múltiples fragmentos. Las sombras responden a una lógica compartida, lógica que determina el movimiento del sol y de los planetas y del universo entero.

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Nos piden que consumamos más para salir de la crisis y nos ponen un nuevo impuesto por generar basura con lo que consumimos.

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La diferencia que hay entre respetar el planeta y amar el planeta es la que hay entre no tirar basura al suelo y recoger la que tiran otros.

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Ahora que José Luis López Vázquez ha muerto, ¿ha entrado definitivamente en la cabina o ha salido definitivamente de ella?

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Los viajes son nuestra forma de descansar para luego volver a la rutina con fuerzas renovadas. Si estamos de acuerdo con esto, podemos afirmar que viajar es el movimiento estrictamente necesario para permanecer en el mismo sitio.

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La genética dice que nacemos marcados por nuestro pasado.

La religión dice que nuestro comportamiento determinará nuestra vida futura.

Conclusión: la religión es la genética del espíritu.

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El futuro es una cosa que ya ha pasado. Sólo las brujas y videntes tienen la memoria suficiente como para recordar algo.

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Un año más, el Cronosorteo de Navidad ha estado de lo más repartido. Por el precio de cinco minús todos hemos podido optar al Premio Gordo de un millón de hors. Una residencia de ancianos de Gerona se ha visto agraciada con noventa mil hors. Aquí les vemos, celebrando el suceso con un botellón y la música a tope, luciendo sus nuevos piercings. Otro caso aún más emotivo es el de Felipe Pérez, cuyo boleto ha sido premiado con cincuenta mil hors. El sacerdote que le daba la extrema unción nos cuenta cómo Felipe se levantó de su lecho de muerte y bailó una sardana. El Cronosorteo de Navidad también ha beneficiado a gente que ya era tiempomillonaria. Es el caso de Julito, un bebé de 3 meses, que vivirá sesenta mil hors más. Julito ya es, oficialmente, la persona más crono-acaudalada de este país.

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Un genio ha descubierto cómo convertir el tiempo en moneda de cambio. La nueva moneda se llama Crono y se han aprobado los siguientes valores: el según, el medio-minú, el minú, el cuartodehor, la mediahor y la hor. Los comercios aceptan tanto la moneda tradicional como el invisible Crono. Un menú del día: un minú. Un coche nuevo: 350 hors. Tú te llevas el coche, el dueño del concesionario pone su bacaladera absorbe-tiempo en tu frente y te extrae los 350 hors. Masas de jóvenes dilapidan su vejez por unos miles de hamburguesas con doble de queso. Ancianos forrados dilapidan su fortuna a cambio de una jubilación con doble de tiempo. El Crono es la moneda universal. Haití, Ruanda, Burkina Faso, principales productores de vida barata, se convierten en los mayores exportadores mundiales de tiempo. Nacen los Cronobancos y los Cronocacos, la Cronocontabilidad y la Cronoinflación. No hay peor noticia que quedarse en números rojos. Se ruega a los suicidas que repartan sus Cronos antes de quitarse de en medio. Surge una nueva filosofía basada en el principio de que el tiempo no da la felicidad.

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Estaba en paro. Cuando surgió la posibilidad de aquel trabajo no pudo evitar ilusionarse: durante dos semanas vivió instalado en una burbuja de optimismo. Luego, cuando una llamada de teléfono lo echó todo por tierra, tuvo que devolver la cantidad exacta de alegría que le había sido prestada más una cantidad extra en concepto de intereses.

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Así es como veo yo la gestación de una idea: en tu cabeza se abre un agujero diminuto por el que asoma el extremo de la cola de un ratón. Sólo el extremo de la cola, la punta, medio centímetro de cola de ratón, lo suficiente para que repares en ella. Y la cola se mueve. No se mueve porque sí, hay una intención detrás; la cola se mueve porque quiere captar tu atención, cosa que consigue cien veces de cada cien, porque ¿quién no se fija en una pequeña cola de ratón asomando por un agujero que se ha abierto repentinamente en su cerebro? Nada más fijarte en ella, el instinto toma las riendas de tu cabeza y te dice que la cojas, ni se te ocurra dejarla escapar, aparca cualquier otro pensamiento y atrápala, hazlo, ya. En estos casos, el instinto actúa como esos niños que no paran de llamarte hasta que les haces caso, da igual que estés hablando con alguien o que estés sentado sobre la taza del váter. No lo hace por incordiarte, el instinto sabe que la cola no va a estar agitándose todo el día, sabe que si no la haces caso en seguida se meterá para adentro y adiós idea. Aquí se abren tres opciones. Una, despistarte un momento. Para cuando quieres darte cuenta no hay rastro de la cola y tampoco del agujero. Si te concentras mucho puedes tener la suerte de encontrar la cicatriz del orificio y si te concentras más a lo mejor consigues que el orificio se abra un poco y la cola reaparezca. Dos. Estás ocupado, pero te agencias rápidamente un papel y un lápiz, lo que equivale a atarle un nudo lo suficientemente gordo a la cola para que no pueda colarse por el agujero. Y ya puedes irte adonde quieras que, cuando vuelvas, la cola seguirá en su sitio. Tres. Empiezas a tirar de ella. Has de hacerlo con cuidado, sin quedarte corto ni dar tirones, con confianza pero sin confiarte: el objetivo no es quedarte con la cola en la mano sino sacar al ratón entero que va unido a ella, porque, vamos a ver, ¿qué utilidad tiene media idea? Y entonces sucede el momento sublime de ver cómo asoma a la luz el cuerpecillo entero del ratón, caliente y cubierto de ese vello fino y suave. Da igual que sea pequeño, feo y escuálido: sacar un ratón de un orificio del cerebro da alegría, mejora la autoestima y transmite la placentera sensación de haber obrado un milagro.

A veces, muy contadas veces, la cola del ratón no es el heraldo de un ratón sino de algo más grande: un gato, un león, un oso, o, incluso, un elefante. Esto es algo sumamente extraordinario (extraordinariosísimo), tanto que a muy pocas personas en el mundo les ha sucedido. Y nada, nada en el mundo es capaz de superar la sensación que debe producir sacarse un elefante de un pequeño agujero del cerebro. Ni un orgasmo, ni un premio gordo de la lotería, ni un elogio de tu jefe. Es algo tan extraordinario conseguirlo que la mayoría de la gente no te cree nunca o tarda años en hacerlo. Las personas argumentan, con demasiada lógica: ¡cómo va a sacarse alguien un elefante de un agujero del cerebro! Y es lo que diríamos todos si los hechos no hubieran demostrado a posteriori la realidad científica del paquidermo. Es lo que le pasó a Galileo y a Van Gogh. O a Darwin. De hecho, doscientos años después de su viaje a las Galápagos, la mitad de los norteamericanos e ingleses aún no se han creído su elefante.

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Resulta paradójico, pero la saturación puede ser un excelente método de desaprendizaje.

Cuando pronuncias una palabra que te es familiar muchas veces seguidas, sucede algo único: terminas por vaciarla de su significado y llega a sonarte extraña, como si la oyeras por primera vez.

Por la misma razón, si tienes la paciencia de mirarte al espejo el tiempo suficiente, llega un momento en que te parece estar viendo a otro.

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-Papá, mira cómo se mueven los árboles y el campo y las vacas.

-¿Lo dices en serio? Lo que se mueve es el coche; todo lo demás está quieto. Tienes 8 años,  hijo, ya tendrías que saberlo.

-¿Lo dices en serio? El coche se mueve, pero también el campo, las vacas y los árboles, porque la Tierra gira sobre sí misma y alrededor del sol dentro de una galaxia que gira sobre sí misma mientras se desplaza por el Universo, y aunque parezca que está quieto, todo se está moviendo, y si quieres hacerte una idea de a qué velocidad se está moviendo vas a tener que pisar bastante más el acelerador. Tienes 42 años, papá, ya tendrías que saberlo.

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Lo han hecho. Han inventado una impresora que quita la tinta del papel. O sea, una desimpresora. ¿No es inquietante? La noticia apenas ha hecho ruido y eso es aún más inquietante, porque el asunto, bajo la coartada ecológica, tiene algo de revolución sigilosa, de punto de inflexión, como cuando los alpinistas llegan a la cima, plantan la bandera y se vuelven por donde han venido: vale, ya hemos llegado, tocamos techo y pa casa. Y pa casa significa deshacer lo andado, desimprimirlo todo: empezando por el punto final del último documento que se haya impreso en el planeta hasta llegar a la biblia de Gutemberg. La desimpresora huele a rewind, a inicio de la cuenta atrás, a principio del fin. Tiene algo de anticristo de la información y el progreso. A lo mejor es el hito donde el tiempo gira sobre sí mismo para dar la vuelta y empezar a caminar de espaldas, recogiéndose hacia el origen de la imprenta y del hombre y del universo mismo. Si pierdes peso o te ves más joven o te desaparece una cana, quién sabe, quizá no deberías achacárselo al régimen o al gimnasio o al just for men.

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Propongo una revisión del Cielo y del Infierno desde la perspectiva de la Física Cuántica:

La física dice que cada partícula tiene su antipartícula, o misma partícula con carga negativa. También habla de antimateria, de antigravedad, de interacciones fuerte y débil, quarks arriba y abajo, simetría y supersimetría… Una especie de compensación o equilibrio de los opuestos parece regirlo todo. Ahora cometo tres pares de obviedades: el yin y el yang, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Y ahora voy al grano: si entendemos la vida como un préstamo -y no veo otra forma de entenderla-, siguiendo con el principio de compensación, cabe una pregunta: ¿qué vamos a dar a cambio de este préstamo? O, lo que es lo mismo: ¿cuál es la antipartícula de la vida? ¿La muerte? No sé… pero, la muerte, entendida como la nada, la ausencia de todo, ¿no huele más bien a carga neutra? ¿No sería algo que deberíamos llamar antivida, signifique lo que signifique antivida? Y aquí es donde yo quería llegar: ¿es posible que la idea de Cielo o Infierno responda a un principio profundo de la Física? Si es así, qué colosal ironía: la Ciencia diciéndole a la Religión: Vale, demostrado, teníais razón, el Cielo y el Infierno son reales, pero Dios no tiene nada que ver con todo esto.

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Ayer, cuando fui a pensar en un animal cualquiera, la liebre atravesó una red de circuitos neuronales deficientemente conectados, mientras que la tortuga recorrió axones peor mielinizados pero sin fallos sinápticos.

Naturalmente, me vino antes a la memoria la tortuga.

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Profundizo en el concepto de propiedad.

No sólo queremos ser dueños de cosas. Ojalá la cosa terminase ahí. Hay otra forma de ser propietario: ejercer poder sobre otro.

No se necesita ser muy poderoso para ejercer de poderoso. Cualquiera puede encontrar un territorio sobre el que desplegar su dominio. Y los territorios son muy variados. Las relaciones laborales, por ejemplo. He conocido a gente que eran jefes de una sola persona y los trataban como si fueran sus dueños. Abunda el mini-jefe que se comporta como el maxi-dios.

En muchos lugares del planeta, los hombres se comportan como si fuesen dueños de las mujeres. Que nadie diga que la esclavitud ha sido abolida. Lo que ha sido abolido es la palabra «esclavitud». A veces, abolir el significante es una forma de conservar el significado. Hay que sacrificar la palabra en aras de la conservación de su espíritu.

Otra forma socialmente admitida de ser propietario es tener hijos. Obsérvese el verbo: tener. El lenguaje nos delata. La próxima vez que alguien me pregunte cuántos hijos tengo le diré que ninguno. Pero, estas son tus hijas, ¿no? Pues no, no son mías. ¿Son adoptadas? No. ¡Ah!, que son de tu mujer. No, no son de mi mujer, y, además, yo no tengo mujer. Pero, entonces, ¿Belén? Belén es la mujer con la que vivo, pero no es mía.

Los hijos no son nuestros, pero nos comportamos como si lo fueran. Si uno no tiene bien presente que los hijos no son suyos, que su cerebro es un recipiente inmaculado cuyo destino es ser una república independiente y no una colonia del nuestro, corre el riesgo de convertir su educación en un puro aprendizaje al sometimiento.

Y ahora le toca al amor. Sí, al amor verdadero. Expongo mis sospechas sobre él: ¿no es un mecanismo de apropiación del otro? ¿No sentimos, cuando alguien nos ama, que se rinde a nuestros encantos? ¿No es un sensación tan plena, tan deliciosa, que, incluso, nos predispone a recompensar a esa persona con la misma moneda? ¿Puede ser el amor un cebo para obtener amor? ¿Qué otra cosa más potente puedes ofrecer a alguien para que se enamore de ti? ¿Puede ser el amor un recurso, una argucia, una estrategia de apropiación, el más extraordinario mecanismo de manipulación que existe, pues no sólo te somete, sino que encima das las gracias con los ojos llorosos?

¡Oh, qué herejía, me estoy metiendo con el puro, intocable y sacrosanto Amor! ¿Es que ya no hay nada sagrado? Desde luego, en este blog, no.

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Creemos, erróneamente, que la muerte nos arrebata la vida. La muerte no puede arrebatarte nada, porque nunca has sido ni serás dueño de tu vida, así que no te puede ser arrebatado algo que no es tuyo. Es lo mismo que cuando devuelves el libro que te prestaron en la biblioteca: no te lo están quitando puesto que nunca fue tuyo. Vives de prestado. Como ese libro que tendrás que devolver, lo hayas leído o no. Sólo que aquí tú eres el libro, lo que se devuelve. La sensación de ligereza existencial que imprime este hecho es tan apabullante que ni siquiera nos damos cuenta de ello (en realidad, es lo que somos: pura ligereza, y por eso no la notamos), pero las consecuencias de este hecho sí se notan: necesitamos echar el ancla existencial en algún lado, igual que necesitamos abrigarnos cuando hace frío o comer cuando tenemos hambre. Para combatir la ligereza, necesitamos sentir que estamos sujetos a la vida. Es el origen del concepto de propiedad. Las cosas que compramos, ese sucedáneo de vida, son asideros, agarres. Un televisor de plasma no va a impedir que la diñes -sería como agarrarse a una brizna de hierba imaginaria y esperar que no te arrastre el tsunami-, pero crea una ilusión de sujeción. Acumular cosas es un remedio absurdo e ineficaz contra la muerte, pero reconforta. Es un anestésico contra la insoportable levedad del ser, que diría Kundera. Es por eso que las casas de muchos viejos están atiborradas de cosas. Los pronombres posesivos son la mayor falacia inventada por el ser humano, ese tierno y trágico ser que cree poseerlo todo cuando ni siquiera se tiene a sí mismo.

Tal vez suene utópico, pero, para llegar a un acuerdo completo contigo mismo, has de aceptar totalmente tu ligereza, lo que implica deshacerte de todo lo que posees (o, al menos, desenganchar mentalmente de ello). No se puede volar con tanta carga. Fuera lastres. Abandona tus aspiraciones de mamut y reivindica tu condición de mariposa.

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Voy a arriesgar una hipótesis sobre el origen del deseo de poseer cosas. Para no extenderme mucho voy a cargarme los matices y exponerla grosso modo. Allá va:

Cuando el primogénito se ve obligado a compartir a sus padres con nuevos hermanos, corre el riesgo de volverse ferozmente posesivo con sus cosas. Si no puede tener a sus padres sólo para él, al menos puede tener sus cosas sólo para él. En definitiva, se prescribe un sucedáneo. Un hijo de familia numerosa recibe menos tiempo de afecto que un hijo único; por eso, valora más sus cosas. El hijo único puede que tenga más cosas- y, posiblemente, las desee igual o más que el de familia numerosa-, pero las valora menos.

Cuando el adulto consume y consume sin parar (o sea, casi siempre) lo hace, también, para compensar carencias afectivas, pero, sobre todo, lo hace para compensar la carencia más profunda de su vida: su propia vida. Creía que era dueño de ella y, un mal día, se entera de que no. Como mucho, tiene la vida en usufructo: sólo es suya hasta que se muere. Y se prescribe un sucedáneo tras otro (la carencia es demasiado gorda para sustituirla por una sola cosa): una casa, un cochazo, un televisor de 40 pulgadas, el último modelo de…

El niño empieza a ser adulto cuando interioriza la idea de la muerte. En ese momento, empieza, también, a ser consumista. La única manera de acabar con el sistema capitalista tal y como lo conocemos sería ofreciéndonos la inmortalidad. Los grupos antisistema deberían estudiar bioquímica.

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agujeros-de-gusano-5 Deseaba a la mujer y la deseaba a través de su cuerpo. Como cualquier parte del cuerpo de la mujer le resultaba deseable, cada parte del cuerpo contenía, de alguna manera, a la mujer entera. Por este mecanismo, pasó a desear sus pies. Cada mañana, la mujer se iba a trabajar; al no tenerla delante, empezó a desearla a través de sus zapatos. El deseo utiliza los puentes que le tienden las asociaciones, así que, al cabo de un tiempo, cuando la mujer se marchó para siempre de casa y se llevó con ella sus zapatos, una caja de zapatos cualquiera bastaba para reavivar su deseo. Era ver una y sentir lo que los niños sienten ante una lata de galletas vacía. Cerca de su casa había una zapatería: una furgoneta de reparto transportaba el género a la tienda cada mañana. Su deseo saltó a la furgoneta. Cada día, al verla pasar, sentía una punzada de deseo hacia la mujer desaparecida. Una noche, mientras tomaba algo en un bar, se fijó en el hombre que estaba solo en la barra. Se acercó a él y le invitó a una copa. El hombre la aceptó con una sonrisa. Era el conductor de la furgoneta.

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agujeros-de-gusano-3Si alguna vez has ido a una casa rural o a un apartamento y después de comer te tocó fregar esa sartén con la base negra, tú también te enfrentaste al triple dilema:

1. Frotar y frotar y frotar hasta dejarla tan reluciente como debió estarlo el primer día.

2. Frotar lo justo para limpiar lo que en justicia consideras que tú has manchado.

3. Pasarle el estropajo sin ganas, porque, total, de negra a un poco más negra, qué más da.

Sea lo que sea lo que hiciste, ahora estrapólalo a la sociedad y entenderás lo de la responsabilidad individual en el deterioro del sistema.

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