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Archive for the ‘Esta entrada la escribes tú’ Category

esta-entrada-la-escribes-tu-21Te quiero

Hace años me propuse decirle a mis hijas todos los días cuánto las quiero. Reconozco que al principio me costó. Soltar de buenas a primeras: Te quiero, resultaba duro, casi embarazoso. Supongo que debido a lo poco o nada que lo oí yo de mis padres (aunque debo admitir que siempre me sentí muy querida). Y me propuse además no decir Te quiero mucho o ¡Ay, cuánto te quiero!, no señor, eso es muy fácil, sino un TE QUIERO a secas. Parece tontería, pero esas dos palabras, sin adjetivos, adverbios ni achuchones que las arropen, son como arrojarse a una piscina helada. ¡Qué curioso! Será de las pocas veces que el adverbio «mucho» consigue precisamente el resultado contrario: reducir, empequeñecer, suavizar, maquillar de alguna manera lo que verdaderamente queremos decir.

Ah, por cierto, ahora casi no puedo evitar que salgan solas de mi boca. Y es muy bonito.

MÓNICA SIMÓN

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esta-entrada-la-has-escrito-tu-1William Faulkner, el poeta que se menospreciaba.

William Faulkner (Misisipi, Estados Unidos, 1897-1962) quiso ser poeta durante más tiempo del que se cree: desde 1919, en que se publica su primer poema, «The Afternoon of a Faun», hasta 1933, fecha de aparición de su segundo y último poemario, A Green BoughUna rama verde-. En 1924, había dado a conocer The Marble FaunEl fauno de mármol-, su primer libro publicado. Estos catorce años de acarreo lírico -casi un tercio de su carrera literaria- revelan su ansia por erigirse en poeta, aunque no le rindieran, a su juicio, los frutos deseados. Faulkner era su crítico más implacable, y siempre menospreció sus poemas: en cartas dirigidas a sus editores en 1932, los consideraba «de segundo rango» o, simplemente, malos. Faulkner estaba convencido de que nunca sería un buen poeta; por eso, dice, «probó con algo en lo que pudiera ser un poco mejor», como el relato breve y la novela, aunque siempre sostuvo que su prosa era, en realidad, poesía. El escaso aprecio que el autor sentía por sus propios versos y la magnitud de su obra en prosa han contribuido a mantenerlos en penumbra, si no en el olvido. En España, por ejemplo, sólo les ha dedicado atención un faulkneriano empedernido, Javier Marías, responsable de la traducción de una docena de poemas pertenecientes a Una rama verde, publicados primero en la revista Poesía (nº 5-6, invierno de 1979-1980) y después en un volumen de homenaje, Si yo amaneciera otra vez (Alfaguara, 1997). Pero muchas veces el autor no es el más adecuado para juzgar su propia obra. Los versos de Faulkner reclaman un examen renovado, que se compadezca mejor con sus propósitos y sus méritos, porque, además de sus virtudes expresivas -que no son pocas-, dibujan los paisajes y prefiguran los caminos que recorrerá su producción novelística posterior. El fauno de mármol tiene un carácter fundacional. Inspirado por los poetas románticos -sobre todo, John Keats- y simbolistas -y, a través de ellos, los isabelinos-, traza un ciclo pastoral basado en la sucesión de las estaciones, en el que aparecen, clara aunque convencionalmente perfilados, los ejes del paisaje faulkneriano: la oposición entre colinas y valles, y el acto de la mirada, que descubre cuanto alberga, oculto, el mundo: una fuente entre la maleza, una ninfa dormida en la ribera de un río, un claro del bosque. En Una rama verde , una suerte de autobiografía espiritual, el dibujo ha madurado, quizá porque, como el propio Faulkner señala, está construida como una novela. Se estructura en cinco bloques temáticos: la posguerra -media docena de poemas en los que se advierte la influencia de T. S. Eliot-, el regreso a casa, el poeta y sus perspectivas -también las eróticas-, el presentimiento de la muerte y, por fin, la victoria de eros sobre tánatos. Una victoria momentánea, sin duda, como acredita el último poema, dedicado, no ya a la muerte, sino al estar muerto: a su prolongación infinita en el tiempo. En Una rama verde , la voz lírica aspira a plasmar la tensión que suscitan las fuerzas que gobiernan al ser humano: la guerra y la gloria, la carne y el tiempo, el amor y la muerte; las grandes metáforas de la existencia, en suma. Como las que contienen sus novelas.

EDUARDO MOGA

[William Faulkner, Poesía reunida, traducción de Eduardo Moga y Daniel C. Richardson, Madrid, Bartleby Editores, 2008, 185 pág.]

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