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Archive for the ‘Malo malísimo’ Category

Necesita concentrarse, así que le he dejado solo en la celda. Tiene cinco minutos para desactivar la bomba. Hay dos cables: uno verde y uno rojo. Tras la pantalla blindada contra deflagraciones lo veo dudar con el alicate en la mano. En principio, tiene un 50% de posibilidades, pero antes de salir le he dicho que si quiere salvarse corte el verde. Sabe que soy malo, así que el rojo. Sabe que sé que sabe que soy malo, así que el verde. Sabe que soy capaz de seguir su dilema psicológico paso a paso, así que el rojo. Sabe que sé que sabe que soy capaz de seguir su dilema psicológico paso a paso, así que el verde. Sabe, naturalmente, que padece un defecto congénito que le hace confundir el verde con el rojo, así que el rojo. No sabe que yo sé que es daltónico. Cachis.

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La primera vez que se fugó yo le había dejado la puerta de la celda abierta. Llegó hasta el bosque. Allí lo atraparon mis hombres, le dieron una paliza y vuelta. La segunda vez que le dejé la puerta abierta permití que llegara a la ciudad. Mis hombres le salieron al paso en un callejón, le dieron una paliza y vuelta. La tercera vez le dejé cambiar de provincia. A las dos semanas mis hombres entraban en su habitación del hotel, le daban una paliza y vuelta. La cuarta vez alargué su esperanza hasta tres meses. Vivía en otro país. Mis hombres le reconocieron a pesar de su operación de cirugía y le saludaron por su nuevo seudónimo antes de propinarle la paliza. La quinta vez que le dejé la puerta abierta me pidió que, si no me importaba, la cerrara para evitar la molesta corriente de aire que se colaba en la celda.

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-Malo, ¿qué me has puesto en la bebida?, la cabeza me da vueltas.

-Bueno…, la cabeza te da vueltas, pero no es por la bebida.

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Jajaja, Malo, estás jodido y bien jodido. Tengo un repóquer de ases: estás atado a la silla, tienes las manos esposadas, en este sótano nadie puede oírte, tengo una pistola y deseo matarte. ¿Qué tienes tú? ¡No, no, déjame vivir, te lo ruego, quiero… necesito vivir! ¡Te pagaré lo que sea! ¿Esa es tu baza: un simple soborno? Jugada perdedora. ¡Por favor! ¡Deja de lloriquear y sécate esas lágrimas! Pero, un momento…, ¿tú no tenías las manos esposadas? Pueees, sí, ¿no?… ¿Y el cuerpo amarrado a la silla? Pues sí, eso creía yo también, pero mira, eres tú quien tiene las manos esposadas y el cuerpo amarrado a la silla. Coño, es verdad. Da igual, tengo la pistola y puedo manejarla, ¿ves? Muere Malo. ¡Noooo! Clac. Clac. Clac. Clac. Clac. Clac. La pistola está descargada. ¡El demonio existe! ¿Qué es esto que hay en la mesa? ¿Una botella y dos vasos de chupito? ¿Qué dice en la etiqueta, Malo? A ver… dice: «LICOR DE ENROQUE». El enroque, ¿no es el movimiento de ajedrez en el que dos piezas intercambian sus posiciones? ¿Qué más dice, Malo? «Las propiedades peculiares del Licor de Enroque hacen que usted se ponga en el lugar de su compadre. Beban juntos y experimenten la increíble sensación de meterse en la piel del otro. Efecto aproximado de un chupito: dos minutos.» ¿Cuánto tiempo llevamos así, Malo? Jajaja, yo diría que ahora mismo dos minutos. ¡No, no, déjame vivir, te lo ruego, quiero… necesito vivir! ¡Te pagaré lo que sea! Dios, qué sensación más alucinante: imaginaba que se pasaba mal siendo víctima, pero no sospechaba que tanto. Me encanta, tengo que encargar más botellas de esas, salen caras pero merece la pena. ¿Dónde dejé las balas?, sí, aquí, en mi bolsillo. Bien, amigo, tú siempre fuiste de póker; a mí, sin embargo, de toda la vida me ha gustado más el ajedrez. ¡Por favor! Deja de lloriquear. ¡Nooo! Jaque mate.

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-Te voy a encerrar en este agujero dos meses. Es estrecho y hediondo y está lleno de ratas, así que puedes elegir entre cumplir el castigo entero o por partes.

-…

-A mí me da lo mismo.

-¿Cuántas partes?

-Piénsalo bien porque luego no podrás cambiar de opinión.

-¿Cuántas?

-Eso tiene que salir de ti.

-Pues… cuatro, … seis. No: ocho.

-Decidido. Serán ocho partes, y cada parte pasará encerrada una semana. Empezaremos por la mano derecha. Voy a por la motosierra.  

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Puedo verle desde el otro lado del cristal tintado: solo en la habitación, junto a una mesa. Acaba de despertarse de la inyección de cloroformo y no sabe dónde está. En la mesa hay una caja con un temporizador y dos cables: uno azul y otro rojo. Junto a la caja, unos alicates. Desactivo el filtro del cristal. Ahora, él puede verme a mí: yo también estoy sentado junto a una mesa, conectado a un detector de mentiras. Reconoce el detector de inmediato, y lo reconoce porque acaba de inventarlo. Y lo ha inventado porque se lo he encargado yo a cambio de una buena suma de dinero.

Mi frase le llega nítida a través de la megafonía: En su mesa hay una bomba. Al instante, el detector de mentiras emite un veredicto: VERDAD. El hombre observa la caja que tiene enfrente: acaba de activarse el temporizador. 5:00. 4:59. 4:58. 4.57… Veo la angustia en su rostro. Sabe que el polígrafo es una joya única en su género con un 99% de aciertos. Por algo contraté al mejor. Intenta escapar de la celda, forcejea con la puerta, inquiere, grita, solloza, suplica, se sienta y mira el temporizador: 01:20. 01:19. 01:18… Tiene un 50% de posibilidades de sobrevivir. Coge el alicate, lo acerca al cable azul y aprieta los ojos. Entonces vuelve a oír mi voz: Si corta el cable azul, la bomba explotará. Su mano queda en suspenso, temblorosa. El detector de mentiras vaticina: VERDAD. El hombre separa el alicate del azul con infinita aprensión y lo coloca sobre el rojo. 00:41. 00:40. 00:39… Otra vez mi voz: Si corta el cable rojo, la bomba explotará. La mano se reserva un instante. El detector de mentiras sentencia: VERDAD. De golpe se le descompone el gesto: un 99% de posibilidades contradice al otro 99% de posibilidades. ¿Es eso posible? Sí. La máquina es extraordinaria, pero no infalible. Uno de los dos veredictos es falso, y eso significa que vuelve a estar al cincuenta por ciento inicial. 00:06. 00:05. 00:04… Acerca el alicate al azul y cierra con fuerza las pinzas.

El cristal blindado me salva de la explosión. Estúpido. La caja con el temporizador era una simple caja vacía con un temporizador. La bomba estaba en el alicate y se activaba al apretar con fuerza las pinzas. Si hubiera confiado en su invento, otro gallo le habría cantado. Aquel que no cree en sí mismo no merece salvarse.

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Mi víctima está aislada sobre una plataforma circular a 30 metros del suelo. Lleva dos días sin comer ni beber. A metro y pico de distancia, en el extremo de un cable, hay un jugoso gajo de naranja. Mi víctima lo roza con los dedos, pero no se atreve a estirar más el brazo por miedo a precipitarse al vacío. Mediante el interfono le digo que la distancia está calculada para que pueda comerlo. Soy sincero y él lo nota. Mis palabras le infunden el suplemento de valor necesario para alcanzar el gajo… y precipitarse con él al vacío. No le he mentido: lo que yo quería decir es que la distancia está calculada para que le dé tiempo a comerlo antes de estrellarse contra el suelo; si se anda con el bolo colgando mientras cae no es mi problema.

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Antes de ajusticiar a mis víctimas les ofrezco el indulto del azar. La moneda decide: si sale cara, te mato, si sale cruz, te mato, te libras si sale canto.

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Tengo un talento especial para las natillas. Me salen cremosas, exquisitas. Las sirvo en unos platos en cuyo fondo he pegado con diminutas pinzas y enorme paciencia ínfimas esquirlas de cristal. Ningún crío se priva de lamer el plato.

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