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Archive for the ‘Objetos impertinentes’ Category

Hay una forma de acabar con la tele. A lo Alex DeLarge en La naranja mecánica: dejarla encendida una semana entera y obligarla a verse a sí misma colocándole un espejo delante.

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Sí, lo reconozco: aunque no quiera, no puedo evitar ver la tele varias veces al día. Cada vez que paso por el salón, el dichoso aparato entra en mi ángulo de visión.

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objetos-impertinentes-4Si son capaces de hacer compartimentos estanco en submarinos y aviones, si pueden envasar al vacío unas lonchas de chorizo, o impedir que la radiactividad se dé un paseo por la calle (bueno, quizá no sea el mejor ejemplo), ¿por qué no hacen auriculares que impidan que el sonido se escape? Yo, y veinte millones de usuarios del metro y autobús lo agradeceríamos.

Casi todos los días coincido en el metro con alguien que los lleva puestos. El perfil es casi invariable: entre 15 y 25 años, estudiante, varón. El sonido que se filtra al ambiente es tan potente que, en algunos casos, se escucha desde el otro extremo del vagón. La reacción de los viajeros también es casi invariable: levantan la cabeza del libro o el periódico, aguzan los oídos, buscan y localizan la fuente, le lanzan una mirada asesina, vuelven a lo suyo. ¿Es culpa del fabricante? ¿O pasa como con las motos, que le quitan el silenciador?

El sonido que escapa de los auriculares recuerda a la máquina de picar carne de Fargo, y por eso mismo sospecho que si el que los lleva puestos pudiera oírlo, le gustaría aún más que la música que está escuchando. Un sonido que mole mazo filtrado por varios cascos tiene que molar mazo mazo mazo, como un wisky tripledestilado. Si alguna vez un nota me pide que me ponga sus cascos para que él pueda flipar a tope, le diré que ni de coña.

Sin embargo, de vez en cuando, los cascos te dan una de cal. La semana pasada viví una situación surrealista. Hiperrealista, más bien. El vagón estaba semilleno. De unos cascos salía un sonido… ¡¡que molaba!! Era una letanía rockera aguardentosa y desgarrada: dylan y sabina juntos. Me quedé enganchado. Hasta que caí en la cuenta de que la voz iba en aumento, de que no salía de unos cascos, de que el cantante se acercaba. Levanté la cabeza y lo busqué. Y entonces, de golpe, la ilusión se deshizo y el todo se desgajó en sus partes. El cantante era una viejuca negra, encorvada, rumana, de voz arrastrada, y esta era la letra de su fascinante estribillo: …aiudame seniooor/ aiudame por favooor/ en nombre de dios senioor/ dame algo para el corazooón/ una barra de pan por favoor/ aiudame seniooor… La base musical la ponía, eso sí, el chundachunda de los cascos de un chaval situado a tres metros.

Ayer mismo sucedió otra cosa inesperada, que me reconcilia con la vena imprevisible de la raza humana: un chico de melena larga, sentado en el suelo con el desparpajo de sus veinte años, escuchaba con la mirada perdida a los payasos de la tele. Juro que es cierto: habiaunavez-uun-ciircoo- queaalegrabasiempreelcorazoooónnn… Tentado he estado de levantarle los auriculares y decirle: Por favor, chaval, cuéntame tu vida, dónde has nacido, cómo son tus padres, háblame de tus amigos, de tus miedos, dudas y aspiraciones, tómate tu tiempo, no escatimes detalle, tengo una terrible curiosidad por llegar a entender cual es el cóctel de circunstancias vitales que han hecho posible este momento.

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Justa reciprocidad la del cajetín con velas de la iglesia. Un día echas la moneda, la vela se enciende, pides por el muerto. Al día siguiente, te olvidas de llevar la moneda y es el muerto el que se acuerda de ti.

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Los inventos que nos iban a hacer la vida más fácil, ¿han cumplido lo que prometían? Los faxes, ordenadores, móviles, venían para ayudarnos a hacer el trabajo más cómodamente: lo que antes nos llevaba 8 horas, ahora se solventaría en 5. Las 3 que sobran pa ti. Y es verdad que sobran tres, lo que no es verdad es que son pa ti. El progreso tecnológico no ha hecho que trabajes menos, sino que, en el mismo tiempo, hagas más cosas. La tecnología, en vez de tranquilizar al mundo, lo ha acelerado.

Ante este hecho, caben dos visiones: 1. así es como tiene que ser. 2. pues no, no es así como tiene que ser.

Estoy convencido de que la mayoría, entre la que me incluyo, se adhiere a la visión 2. Pero de lo que va este post no es de cómo piensas, sino de cómo actúas al respecto.

Es hora de que la escalera mecánica entre en escena.

Existen dos maneras de subir por una escalera mecánica (obviamente existen más, hablo de las socialmente aceptadas). Y la escalera mecánica dice que la sociedad está dividida. Una parte, la que se deja llevar por el lado derecho, opina que la máquina está hecha para aliviar el esfuerzo de la persona. La escalera te quita trabajo: visión 2. Otra parte, la que sube andando por el lado izquierdo, opina que la máquina está hecha para que la persona llegue antes arriba. La escalera te ayuda a ir más rápido: visión 1.

A menudo, la más simple de tus acciones contradice tu visión de las cosas. Puedes ser acérrimo partidario de una teoría y actuar como si pensases lo contrario. Es lo que me pasa a mí: deseo fervientemente un mundo más reposado y resulta que subo por la izquierda.

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Hoy, 26 de octubre, he forrado el último libro. A eso, a forrarlos como dios manda, sin arrugas ni grumos que luego hay que pinchar con una aguja, deberían enseñar ya desde la escuela, para que el marrón se lo coman los niños que, además de no hacer nada, cuando ven el resultado final, van y ponen el grito en el cielo.

Forrar libros es un ejercicio que pone a prueba tu lado perfeccionista, sobre todo si se forran con plástico adhesivo: por mucho que uno intente hacerlo bien, nunca queda del todo a gusto; el truco que te sirvió una vez no funciona igual de bien la siguiente; el adhesivo siente una morbosa querencia por sí mismo. Un consejo: si una esquinita de adhesivo se pega en el propio adhesivo, no intentes despegarla y dejarla lisa como estaba, es sólo el principio del fin y todo acabará hecho una bola; yo, cuando me pasa eso, me apresuro a hacer un burruño y a por otra.

Forrar libros es el ejercicio contrario a hacer puzzles. Los puzzles te los dan fragmentados y tú te das el gustazo de ir armándolos hasta completarlos y al final todo es perfecto y ordenado. Los forros adhesivos vienen primorosamente enrollados, lisos, inmaculados. Algo tan perfecto sólo puede tener un destino: empeorar. Los puzzles son terapéuticos. Los forros, no. Los puzzles se inventaron para la salud mental de la gente que forra libros.

Nos venden la idea de que la vida es como un puzzle: nacemos imperfectos y tenemos la oportunidad de completarnos, pero, qué va, en realidad la vida copia a los forros: es un hecho que un recién nacido sólo puede estropearse. ¿Recuerdas que alguien te haya mirado alguna vez con la dulzura bobalicona con que se mira a un bebé? Yo he visto gente en el supermercado mirando de esa manera hacia la sección de forros.

Al final todo se reduce a una pregunta: si los forros protegen a los libros, ¿quién nos protege a nosotros de los forros?

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